Intentando organizar su caos, se preguntó -¿Tenés miedo?-, una lágrima la delató..., enojada por su reacción infantil, por la mueca de desconcierto que, sabía, se le había incrustado en los labios. No, se respondió, cuando logró traspasar el umbral del miedo al miedo. No tengo. No tengo nada. Ni cansancio, ni argumentos, ni presagios, ni milagros, ni enfado, ni sospechas. Nada. Ni recuerdos, ni nostalgias, ni estaciones, ni locuras, ni ganas. Ni siquiera huellas de zarpazos, ni cicatrices. Nada. Ni miedo. Perturbada por su aridez, por lo inextricable de su desierto, se contra preguntó. ¿Ni asombro?...
Olvidar la explosión de papeles de colores, olvidar los globos que se inflaron de lágrimas y pucheros, olvidar era únicamente lo que anhelaba desde hace un tiempo.
Todo eso era tan perfecto. Era un cuadro para pintar en lienzos eternos, era algo tan extraño que alguien invisible, nunca hallado sacó una foto en donde se mostraba una hermosa cara de asombro.